Quien entra a la Casa de la Cultura por primera vez suele quedar impactado por su escala, por la imponencia de su Salón Dorado o por la presencia solemne de Palas Atenea en la fachada. Pero basta caminar unos minutos por sus pasillos o detenerse a observar con calma para notar que este edificio esconde algo más que grandeza: guarda secretos en sus detalles.
A simple vista, puede parecer un palacio del estilo Beaux-Arts que replica la monumentalidad europea de fines del siglo XIX. Sin embargo, la verdadera riqueza de la Casa está en aquello que no siempre se mira a primera vista: símbolos, objetos, ornamentos y mecanismos que son testigos silenciosos de la historia de Buenos Aires y del país.
Símbolos que cuentan historias
En muchos de sus rincones aparecen referencias a la masonería, un movimiento cultural y filosófico muy influyente en la época en que se construyó el edificio. Columnas con símbolos, motivos alegóricos en mosaicos y esculturas cargadas de significado invitan a leer la arquitectura como si fuera un libro abierto.
El hall central, por ejemplo, conserva mosaicos con imágenes de la pluma y la antorcha, emblemas del diario La Prensa, que simbolizan el poder de la palabra y la verdad. Estos pequeños signos hablan del espíritu que dio origen a la Casa: un lugar en el que el conocimiento, la cultura y la comunicación tenían un valor central.
Un mobiliario que atravesó el tiempo
Otro de los tesoros escondidos está en el despacho original del director del diario. Allí, el mobiliario se conserva prácticamente intacto, tal como fue pensado a fines del siglo XIX. Escritorios, sillones, bibliotecas y lámparas no sólo transmiten la elegancia de otra época, sino también la sensación de estar frente a un tiempo detenido.
Este espacio, accesible únicamente mediante visitas guiadas, ofrece una experiencia única: caminar entre objetos que fueron testigos de decisiones editoriales que marcaron la vida política y cultural de la Argentina.
Esculturas y ornamentaciones únicas
La Casa de la Cultura es también un museo de la artesanía en piedra y mármol. En el pasaje de carruajes sobre Avenida de Mayo se pueden ver grupos escultóricos tallados con una precisión que hoy asombra tanto como en 1898. En su fachada, águilas y leones custodian las entradas como guardianes eternos de un templo de la palabra.
Dentro del edificio, las ornamentaciones pintadas a mano y los cielorrasos entelados conservan técnicas artesanales que, en muchos casos, ya no se practican. Cada detalle —desde un relieve hasta un motivo floral escondido en una cornisa— es una huella de un oficio que se vuelve arte.
Mecanismos que fueron modernidad
Más allá de lo visible, la Casa guarda reliquias tecnológicas que hablan de su carácter pionero. Fue el segundo edificio del país en tener ascensor y aún conserva los ductos neumáticos con los que se enviaban notas de redacción. También mantiene su sirena, que antaño anunciaba noticias urgentes y que volvió a ponerse en funcionamiento durante la reciente restauración.
Estos sistemas no son simples curiosidades: recuerdan que la Casa de la Cultura fue, en su origen, un edificio pensado para estar a la vanguardia de la tecnología y la comunicación.
Un recorrido que invita a mirar distinto
Recorrer la Casa de la Cultura no es solo admirar su arquitectura monumental, sino también aprender a detenerse en lo pequeño: en un mosaico, en una escultura, en una lámpara que sigue iluminando después de más de un siglo.
Cada uno de estos detalles convierte la visita en un viaje al pasado, pero también en un acto de redescubrimiento. Porque lo que está escondido no busca permanecer oculto: espera a que alguien se detenga a mirar.