En el corazón de la Avenida de Mayo, un edificio histórico volvió a abrir sus puertas para transformarse en un punto de encuentro con la cultura y la memoria porteña: la Casa de la Cultura.
Construida en 1898 para albergar al diario La Prensa, la Casa fue pensada como un símbolo de modernidad. Fue el segundo edificio del país en contar con ascensor, incorporó ductos neumáticos para enviar notas y tenía una antena de telégrafo en la terraza. En su fachada, Palas Atenea sostiene una antorcha que aún hoy parece iluminar a quienes pasan, mientras un reloj Paul Garnier —uno de los pocos en el mundo— sigue marcando el paso del tiempo con precisión.
Pero lo que convierte a este edificio en un verdadero tesoro es la manera en que logró atravesar la historia. Sus salones dorados, su biblioteca, los pasajes de carruajes y los detalles artesanales en mármol, hierro y madera conservan las huellas de más de un siglo. Cada visita es un recorrido por la Buenos Aires de antaño, pero también una invitación a vivirla hoy desde la música, las artes visuales y el encuentro ciudadano.
La restauración: respeto por la memoria
La reciente puesta en valor no buscó modernizar el edificio, sino devolverle su carácter original. Las obras fueron meticulosas: desde la recuperación del lucernario central hasta la restauración del sistema de sirena que antaño anunciaba noticias urgentes. También se trabajó en la recuperación de la paleta cromática auténtica, la impermeabilización de subsuelos y la puesta en marcha de salas de exposición en los espacios donde funcionaba la imprenta.
Este proceso, más que un trabajo arquitectónico, fue un ejercicio de memoria: permitir que la Casa de la Cultura se muestre con dignidad, sin ocultar las marcas que el tiempo dejó en sus materiales.
Un espacio para la ciudad
Hoy, la Casa de la Cultura no es sólo un monumento histórico. Es un espacio vivo. El majestuoso Salón Dorado recibe conciertos y encuentros, las galerías de los subsuelos se destinan a muestras temporarias, y en la planta baja conviven un bar y una tienda de productos típicos argentinos.
Cada rincón ofrece una experiencia distinta: el hall central con sus mosaicos alegóricos, el despacho original del director del diario —accesible en visitas guiadas—, el patio de carruajes y la biblioteca abierta al público.
La reapertura de este edificio es también una invitación a habitarlo. A descubrirlo no sólo como patrimonio, sino como escenario de la vida cultural de la Ciudad.
Una joya que late
La Casa de la Cultura es, en definitiva, un puente entre el pasado y el presente. Una joya que recupera su brillo no para quedarse quieta, sino para ser vivida. Allí donde alguna vez se imprimieron las noticias que marcaron la historia, hoy se imprimen nuevas memorias colectivas, tejidas en torno al arte, la música y la palabra compartida.